Néstor Mendoza

Cinco poemas de Paciencia mineral (2023)

MÁSCARA

No interesan los materiales
ni la fabricación,
sino lo que él vea
desde este lado
justo en ese punto borroso
donde no llega
la utilidad de la máscara.

Lo que se pretende
es el ocultamiento
de las facciones
de los gestos que encubren
y de las formas que el cinismo
asume luego de cada arruga.

Si sólo se nos permitiera
tener una idea total del cuerpo
con sólo la máscara.

Si esto fuese posible, es decir,
la única vía para acceder a las intenciones
o a reacciones de mera comunicación como el saludo
o a reacciones de vida o muerte como el color del semáforo
o a reacciones como el gesto que me permita reconocer
que, efectivamente, ella desea ser tocada.

UNA PUPA

                                       a José Watanabe

La pequeña cosa transformada,

esa cosa que cambia escondida,

agitándose, ella sola, será un nuevo bicho.

Y cambia y lo hace oculto.

Y se muda mientras una parte

de ella, o toda ella, muere,
para que nazca otra cosa.

Si el animal hablara no sabría

nombrar tanta mutación y estupor.

Por eso prefiere cambiarse

ocultando lo que vendrá. 

Ya no será cuerpo arrastrado;

habrá alas para torpes

y contados vuelos.

Barriga y anillos por patas largas:

cabeza, tórax y abdomen.

Muy poco tiempo para tanto cambio,

podría pensarse.

Un animal que se suicida

para que otro, hecho de alas, aparezca.

AVE FRENTE AL ESPEJO

Si arrancamos todo, pluma tras pluma,

veríamos con más asombro y menos

desgano el buche del animal;

y no sólo el buche tibio

sino decenas de orificios sin plumaje

y las pelusas que van quedando. 

Una paloma sin plumas en el pecho

es un síntoma de enfermedad

o de violencia entre ellas

(violencia intraespecífica, dicen)

o de algún paseante apresurado.

Pero lo que intentas comprobar

es la capacidad del animal para

reconocerse en el espejo.

La paloma sabría que ese estómago

sin plumas es el suyo y  no de otro

de su misma especie; sabría, quizás,

y por el frío, que ese pecho es el suyo.

Es tan sencillo el acto que naturalmente

pasa por alto; poco importa un pecho

sin plumas, pero el animal podría tener

conciencia de esto ante el espejo.

POLILLA BLANCA DE LA INFANCIA

¿Eran miles de animalitos blancos

encima del árbol

o simplemente un manto de caspa

blanqueando las hojas?

El niño se acerca,

toca una rama baja

y empieza el movimiento:

cientos de animalitos, de bichos blancos,

que huyen

y vuelven

como las olas de un mar poco violento.

El niño toca esa leve ola blanca

y va comprobando que, al cerrar su puño,

dejan de ser animales

y se convierten en talco,

en polvo blanco.

Ha dejado de ser animal para él.

Entonces prefiere acercarse más

y ver qué cosa vuela, esa cosa blanca

que deja la hoja cuando mueve una rama.

Allí está la pequeña cosa:

tan pequeña

que solo ve el movimiento

y no el cuerpito,

las alas y las patas tan

cerca, tan absurdas.

Busca un pedazo de tela,

la humedece e intenta

curar el árbol.

Ya ha comprobado que el insecto

seca el árbol, oculta el verde

y crea el espejismo de la ola blanca.

PAN PANISCUS

Ojos fatigados. Están las rejas del encierro y la masa peluda de carne que se mueve, el animal, el primate. En la sucia y vieja placa se lee su nombre científico, Pan paniscus, aunque los paseantes insisten en llamarlo con un ridículo apodo. Su cara se escurre por entre dos barras verticales, su boca rosada se mueve lenta ante las manos extendidas que acercan migas o migajas. Algo en ellos y en nosotros de asombrosa similitud. Flash, el retrato del animal, la mímica prisionera que el fotógrafo-turista confunde con gestos humanos de congoja.

En el televisor, de pobre señal, señal robada, Kong: La Isla Calavera,

y en otro canal un programa de Animal Planet.

                                      Sigue el zapping:

                                      las noticias,

                                      los inventarios de muerte,

                                      esterilización,

                                      las despedidas.

Las escenas nocturnas oscurecen toda la pantalla. Ojos fatigados. Detrás de las rejas de la casa poco se distingue la masa de mi cuerpo. Es un bulto negro, de ojos fatigados.


Néstor Mendoza

Néstor Mendoza – Foto por José Antonio Rosales

(Maracay, Venezuela, 1985). Poeta, ensayista, gestor cultural y editor. Ha publicado, hasta ahora, los siguientes poemarios: Andamios (2012), merecedor del IV Premio Nacional Universitario de Literatura 2011; Pasajero (2015); Ojiva (2019), libro que cuenta con una edición en alemán: Sprengkopf (2019), y en inglés: Warhead (2023); Dípticos (2020) y Paciencia mineral (2023). Ha publicado la antología poética Simulacro. 2007-2020 (2021). Autor del libro Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana (2022). Con la crónica “El primer lector de Borges” resultó ganador de la Convocatoria de Reseñas (Ediciones El Silencio/Ministerio de Cultura de Colombia, Cali, 2022). Warhead (traducción de Don Cellini, próxima aparición, 2023)

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